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Capítulos de La Vida en un Pueblo Indígena de Guatemala
[Introducción] I. Niñez ] [ II. Cortejo y Matrimonio ] III. Vida Matrimonial ] IV. La Muerte y Mas Allá ] V. Consideracions Culturales ]
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Entre mucha gente del mundo con muchas fuertes controles familiar y parentesco, los matrimonios son arreglados por los padres que consideran los factores de posición social y económicos más importantes que la atracción mutua entre los futuros cónyuges. Este no es el caso de San Pedro, donde las personas escogen a sus compañeros. Sin embargo, los elementos de romanticismo que forman parte del cortejo no llegan al concepto de amor romántico que se tiene en los Estados Unidos.
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Muchachos tiene poquitos ocasiones para encontrar las muchachas. Ellos no mezclan en actividades sociales y no existen cosas tales como las "citas" o las visitas a las muchachas. El lugar de reunión establecido es la playa del lago y los senderos que a ella llevan. Las muchachas van a la playa varias veces al día a buscar agua. Al final de la tarde los muchachos retornan del campo y se colocan a lo largo del camino a la playa a esperar a las jóvenes.

Las costumbres del cortejo ya están establecidas. El pretendiente puede saludar a la joven, pero no puede tocarla ni detenerla al bajar a buscar agua. Su oportunidad se presenta cuando ella asciende de regreso por el sendero, manteniendo en equilibrio el pesado jarro sobre su cabeza. El salta al camino, la toma de una muñeca por detrás y los dos permanecen de pie; mientras él recita un discurso ya preparado. Lo cierto es que la joven no tiene casi ninguna otra alternativa sino permanecer atenta, pues cualquier movimiento o resistencia haría caer el cántaro. Quizás por ello el muchacho no trata de interferirle el paso cuando baja con el cántaro vacío; ella podría insistir en seguir su camino.

Las jóvenes atraen pretendientes cuando pasan a la adolescencia. Esto puede ser aun a la temprana edad de doce o trece años, pero por lo general ya han cumplido quince o diez y seis cuando principia el cortejo. Los j6venes son varios años mayores cuando principian a cortejar. El galanteo es un proceso prolongado. Ninguna joven da a conocer su consentimiento a la primera o aun la segunda o tercera vez que es requerida en la playa. El cortejo ordinario se prolonga durante muchos meses, ocasionalmente más de un año. Existen buenas razones para justificar su renuencia.
Al principiar, la joven se amedrenta. Es joven y ha sido resguardada de los jóvenes desde el principio de la niñez. La primera proposición en la playa es excitante y halagadora, pero al mismo tiempo es desconcertante. Es tímida y lo da a conocer. Su única reacción al principio es de una pasividad tímida. Se mantiene inmóvil mientras él la tiene por la muñeca y no puede responder una sola palabra a lo que le dice su pretendiente. El joven no se desalienta, porque sabe que tendrá que repetir su petición día tras día antes de que ella se sobreponga a su timidez. A veces una muchacha se atemoriza tanto por su primera experiencia en el galanteo que deja caer el cántaro. Pero ello no ocurre muy a menudo, no porque se considere de mal gusto, sino porque un cántaro roto es una pérdida económica grave por la que la muchacha será severamente reprendida por su madre. Es más, es señal de mala suerte y la joven puede tener que comer un pedazo de barro del cántaro para que pueda cambiarla.

Empero, aun cuando se acostumbra al cortejo, no se apresura a dar su consentimiento, porque sus perspectivas de la vida conyugal no son muy atractivas. Sus cargas aumentarán, se encarará a exigencias sexuales para las cuales no esta preparada y puede temer que su suegra vaya a ser un capataz inclemente. Por contraste, el cortejo es una experiencia agradable y la joven cuenta con toda la estimulación psicológica para prolongar esta etapa por tanto tiempo como le esta conveniente. Nunca más ella volverá a sentir tan importante. Al retener su consentimiento, ejerce un poder sobre los hombres, lo cual es un privilegio único en su vida. Tampoco se siente dispuesta a dar alientos a su primer pretendiente; puede hacer que otros se le presenten y tenga posibilidad de elegir uno mejor.

Si una muchacha es popular, puede ser cortejada simultáneamente por tres o cuatro pretendientes. Entre los hombres no existe expectación de única posesión de la muchacha durante el galanteo. Si hay varios pretendientes, cada uno de ellos espera su turno al regresar ella con el agua. Cuando uno termina su petición, ella sigue su camino, sólo para ser detenida más adelante por otro aspirante. La conversación sobre el cortejo es un tópico favorito entre las muchachas; se cuentan una a otra quién galantea a quién y cuántos pretendientes tiene esta muchacha o la otra. Más tarde, en el curso de la vida, las mujeres gustan hacer reminiscencias acerca de la popularidad que tuvieron. Algunas de ellas recordarán que eran detenidas dos y tres horas al ascender por el sendero, tantos eran los pretendientes que tenían. Los jóvenes se declaran a una sola muchacha cada vez. Si ella persiste indefinidamente en mantener su indiferencia, el joven puede perder la esperanza y llevar su atención a otra candidata.

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A. El discurso del cortejo. ¿ Qué es lo que los muchachos dicen cuando están de pie detrás de una muchacha deteniéndola de la muñeca? Emplean poco tiempo en una adulación romántica y en promesas de pasión eterna. Puede ser que algo de ello se filtre en lo que se dice, pero la atención principal se concentra en tratar de desvanecer los temores comunes relacionados con el matrimonio. El peticionario se da cuenta de lo que toda mujer sabe, es decir, que las brillantes promesas de hoy pueden desvanecerse pronto ante las crudas realidades de la vida matrimonial; que ella puede sufrir por negligencia y aun por pobreza y que será poco más que una sirvienta en otra casa.

Este sería entonces el contenido de un discurso de cortejo típico:  “Yo vengo a cortejarte. Te amo. Nos casamos. Tu y yo somos grandes ahora. Es tiempo para ti tener un marido. Te voy a comprar ropa; te voy a comprar pendientes y rebozos bonitos. Mi madre es una buena mujer; no tendrá mal genio contigo. Mi padre es un buen hombre; no es severo. Tenemos suficiente maíz y suficiente frijol. Mi madre te dará todo lo que necesites; tendrás de todo. ¿ Por qué no te casas? Todas las mujeres se casan. Yo soy un buen hombre. No me voy a emborrachar y no te voy a pegar. Voy a llegar con mis padres a tu casa y le hablarán a tus padres. O si quieres, nos fugamos. Mi familia te recibirá bien. No te reñirán. Te comprará faldas y blusas.".

Las variaciones sobre este tema pueden hacer que el discurso de proposición se prolongue durante una hora o más. Es casi el mismo en los días siguientes. Al principio, la muchacha no se atreve a responder, y cuando lo llega a hacer, su actitud es invariablemente negativa. Dará razones para no casarse:" Soy muy joven. Mi madre se enojaría Y expondrá sus motivos para no casarse con él en particular: “Eres un perezoso. Tu no puedes apoyarme. Tu madre es desagradable. Tu padre es malhumorado. Eres muy joven (o muy viejo.) Dicen que abandonaste a tu primera mujer."
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B. Ganando Consentimiento. Lejos del desanimo el muchacho, estés prohibiciones surge la esperanza en él. Ella ya responde y aun cuando parezca renuente y escéptica, ésa es la respuesta característica de una muchacha de San Pedro. Una actitud de asentimiento la calificaría de descarada y falta de modestia, y aun podría llegar a ahuyentar a su pretendiente. Quizás la diferencia sea bien poca entre ella y la joven norteamericana que dice a guisa de increpación, "Tú no me quieres." Ambas están pidiendo ser tranquilizadas. El pretendiente sampedrano prosigue en su afán de desvanecer los temores de la joven. Esta continúa dando expresión a su desconfianza. Nunca dice "sí", pero en cambio puede dar una indicación de asentimiento en forma indirecta, por medio del acto pasivo de retener un regalo simbólico, que constituye un elemento indispensable del cortejo.

Este regalo tradicional, conocido con el nombre español de prenda, es un pequeño paquete atado con hilos de color, que contiene dos antiguas monedas españolas, convertidas ahora en herencia que pasa de generación a generación. Se entrega a la joven durante el cortejo en la playa. El pretendiente no hace ningún esfuerzo para persuadirla a que acepte su prenda. La deja caer dentro de su blusa en la espalda y ella no puede sacársela sin soltarse la ropa. Por fuerza debe llevarla consigo a su casa. Posiblemente ni siquiera mencione el asunto a sus padres, pero envía las monedas de regreso a casa del muchacho, por lo general con un hermano menor o con una

hermana. Nunca se queda con las monedas la primera, o aún la segunda vez que su pretendiente las deja caer dentro de su blusa. El aceptarlas inmediatamente revelaría una falta de reticencia incorrecta. El joven continúa sus imploraciones en la playa. Cuando al fin de cuentas no se le devuelve su prenda, sabe que ha conquistado el consentimiento de la muchacha, aun cuando ella le hubiese dicho "no" ese mismo día. Al siguiente la detiene de la muñeca como antes, pero esta vez es solamente para discutir el método del matrimonio, si se va a efectuar formalmente por medio de negociaciones entre sus padres, o si se va a efectuar informalmente la fuga.

Algunos de los pretendientes más evolucionados completan sus conversaciones de cortejo, que siempre se llevan a cabo en lengua indígena, con formales cartas de amor, escritas por ellos mismos o por un amiga más letrado. Estas también se ajustan a una norma, pero en ellas la nota romántica se recalca más, como puede verse en el ejemplo que sigue:

"Inolvidable Señorita: Como yo tomo mi pluma para saludarte, yo espero que este humilde carta que te encuentre tu y tu estimable familia en buena salud y ánimo. Y ahora debe saber que estoy loco por usted. Usted es la luz de mi vida. Esta es mi segunda carta y yo le imploro que sea tan bondadosa de responderme para que así pueda saber su respuesta y qué usted piensa en mí. Quiero casarme con usted, pero me ha dicho que nunca se casaría. No, mi linda, lo contrario es la verdad. Casémonos. Viviremos felices y en paz. Nunca le haré daño. Le compraré lo que quiera. No crea que no lo haré. Soy un buen trabajador. Eso es todo. Su atento servidor. (Firma)".

Cartas como ésta son ignoradas o provocan una respuesta negativa. Si no hay ningún confidente a la mano que le lea la carta, la joven que no sabe leer español puede quemarla por temor a que caiga en manos de su madre y promueva una discusión.
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Si la muchacha indica que desea casarse de acuerdo con la costumbre, el joven lo informa a sus padres y principian las prolongadas negociaciones entre las dos familias. Un caso real ilustrará mejor el procedimiento que se sigue.

Después de cuatro meses de cortejo en la playa, Tono obtuvo el consentimiento de Anita y así lo informó a sus padres. Esa noche, Tono y su padre visitaron la casa de Anita. El padre de ésta les pidió que volviesen en otra oportunidad, pues no podía tomar ninguna determinación sin hablar antes con Anita, quien en ese momento se hallaba escondida. El padre de Tono y un hermano mayor casado hicieron la segunda visita. Esta vez se les dijo que no se les podía dar una respuesta hasta que llevaran un testigo extraño a las dos familias. No siempre se puede confiar en que los parientes actuarán de buena fe, por ser partes interesadas. Algunos días más tarde, el padre y la madre de Tono, acompañados de un ciudadano venerable llamado Melchor, hicieron la tercera visita, pero no sin antes haber dado aviso de que llegarían, para asegurarse de un buen recibimiento. Se les sirvió café y pan, que se habían comprado para la ocasión. Melchor inició las formalidades haciendo un discurso ceremonioso, en el que pedía la mano de Anita a nombre del pretendiente ausente y de los padres que hacían la visita. El padre de la joven respondió con otra alocución convencional. Luego, a su vez, hablaron el padre del muchacho y las dos madres. Finalmente se llamó a Anita y se le preguntó si deseaba casarse voluntariamente con Tono. Respondió que sí, después de lo cual su padre indicó a los peticionarios que volviesen tres meses más tarde.
Al abandonar la casa, los visitantes dejaron un regalo en efectivo equivalente a dos quetzales, para que los padres pudieran comprar alguna ropa a la novia. El padre de la muchacha trató de rechazar el dinero, diciendo que no vendía nada, pero el intermediario, Melchor, lo depositó en el bolsillo del padre, insistiendo a la vez en que sería útil para comprar pendientes o cualquier otra pequeña cosa para la joven. Posteriormente, cada semana, la familia del pretendiente envió a Anita una pastilla de jabón de cinco centavos.

Depués de haber transcurrido los tres meses estipulados, la familia del muchacho envió un mensaje en el cual decía que llegarían a llevar a la novia en una noche determinada. La familia de la muchacha respondió que estarían preparados. La delegación para esta cuarta y última visita estaba integrada por los padres de Tono, un hermano mayor, Melchor y la esposa de éste. En tal ocasión, dieron a los visitantes pan y chocolate caliente, bebida reservada para las ocasiones ceremoniales. Después de comer, Melchor pronunció un discurso formal. Luego el padre de la novia habló y derramó lágrimas. A continuación hablaron los otros tres padres, así como la esposa del testigo. La madre de la novia entregó la ropa de su hija a la madre de Tono y cada quien se despidió de los demás. La novia lloró y dijo adiós a sus padres, quienes también lloraban; ellos, a su vez, le dijeron que se comportara bien. Ella abandonó la casa con desgano.

El grupo se trasladó a la casa del pretendiente, donde él esperaba y donde se sirvió a todos café y pan. Melchor indicó a Tono y a Anita que bebieran de la misma taza y comieran del mismo plato, dando fin a las formalidades al ofrecer a los cónyuges solemnes consejos. Les recordó cuáles eran sus deberes de esposo y esposa y les hizo advertencias contra las riñas. La noche avanzaba, pero las mujeres de la casa se ocupaban en la cocina de moler maíz para hacer tamales. Anita quería ayudar en la molienda, pero la esposa de Melchor le indicó que sería mejor que hiciese la cama de su marido. La madre de Tono le señaló dónde dormirían los dos.

A la mañana siguiente enviaron temprano regalos de alimentos a la familia de Anita, los cuales consistían en una canasta de pan, chocolate y dos libras de azúcar. También enviaron pan y chocolate a Melchor y a su esposa como pago parcial de sus buenos oficios como testigo e intermediario. Más alimentos fueron enviados a la casa de la novia al mediodía, consistentes en dos pavos cocinados y dos canastas de tamales y a Melchor se le hicieron llegar también un pollo y una canasta de tamales. Además, le invitaron a almorzar, con su mujer, en casa de Tono. Cada quien besó la mano de Melchor y de su esposa como saludo respetuoso. De nuevo éste pidió a los recién casados que comieran de un mismo plato y de nuevo les dio instrucciones, tanto antes de la comida como después. Carne, tamales y pan fueron enviados como regalos a las casas de los parientes del novio en honor de la ocasión.

Este caso difiere de otros sólo en los detalles, pues los elementos esenciales se repiten en la mayoría de los matrimonios efectuados después de una petición formal, los cuales son: una serie de visitas a la casa de la muchacha, siempre de noche, por un grupo formado por los parientes de más edad del pretendiente; inclusión de una tercera persona respetada, que actúe como intermediario y para que dé instrucciones prácticas y morales a los novios; regalos de alimentos enviados por la familia del pretendiente y hospitalidad dispensada por los padres de la muchacha; demostración de una constante buena fe por medio de la evidencia de reiterados regalos de alimentos, chucherías, o, como en el presente caso, de jabón, durante un tiempo prolongado; el papel secundario que juegan el muchacho y la muchacha; el llanto de la novia y de sus padres al abandonar ella la casa para iniciar su nueva vida. A veces hay testigos de ambas partes. En muchos casos, los padres peticionarios llevan botellas de aguardiente. La anuencia de los padres de la novia a beber con los visitantes se interpreta como un augurio de consentimiento eventual.

Las negociaciones preliminares siempre se desenvuelven durante la noche. La gente dice que se avergonzaría si fuese de otra manera. Lo que ello quiere decir en realidad es que el público no debe darse cuenta de la intención de los peticionarios, por si fracasan sus esfuerzos y quedaren mal vistos. Es más, la practica de las visitas nocturnas protege a los participantes de la interferencia de los chismes maliciosos que podrían causar perjuicio al resultado final.

Sólo en muy pocas ocasiones se anotan los matrimonios en el registro civil o son consagrados por un sacerdote católico. Sin embargo, puede verse que la participación de un extraño distinguido constituye el equivalente social y moral, tanto del acto legal como del sacramento religioso. Si llegare a surgir alguna dificultad entre los cónyuges, puede contarse con los miembros de las familias para que hagan uso de su influencia en un intento de arreglar las diferencias. Por el hecho de haber sido partes activas en el arreglo, ellos se sienten responsables del buen éxito de la unión.

En caso de que la joven abandonase a su esposo, sus suegros pueden poner presión sobre los padres de ella para que la persuadan a volver. Si es maltratada o descuidada por su marido, puede pedir a sus padres que la acepten de nuevo en casa o que salgan en su defensa en caso de un juicio civil o el testigo que intervino puede ser llamado para tratar de enmendar las dificultades que surjan entre los esposos de las dos familias. En resumen, las complejas negociaciones e inter- cambios que tienen lugar entre las dos familias y la implicación en el asunto de un árbitro extraño sirven, no sólo para dar una idea a la pareja de la seriedad de sus nuevas responsabilidades, sino para establecer un mecanismo moral que contribuya a la estabilización de la unión. Este mecanismo no siempre contribuye a mantener la unión matrimonial, pero ayuda. El sistema descansa más en la fuerza de la autoridad paternal y maternal y en el temor a la ignominia que en el juicio independiente y en los dictados de la conciencia.

Algunas veces es el novio quien se traslada a la casa de la novia. Ello ocurre con frecuencia debido a las circunstancias especiales que favorecen esta clase de arreglo. Una muchacha puede asentir al matrimonio, pero con la condición que ella y su marido vivan con sus padres. Si el muchacho está muy enamorado y puede vencer las objeciones de sus propios padres, accede. Pero la razón más común es la conveniencia. Puede ser que el muchacho sea un huérfano que viva con sus familiares o un trabajador originario de un pueblo cercano, y por ello da buena acogida a la oportunidad de vivir en casa de sus suegros, y en cuya tierra puede trabajar para ganarse la vida. También. puede ser que sea de familia pobre y tenga esperanzas de herencia apreciable si se establece como buen trabajador en la casa de su suegro, y especialmente si la esposa tiene pocos hermanos.

Pero cualquiera que sea el motivo, el matrimonio siempre es arreglado por las familias y testigos, se comparten alimentos y bebidas y los recién casados reciben instrucciones
sobre sus deberes y comportamiento. La iniciativa en las negociaciones siempre la tiene la familia del novio, cuyos miembros van de noche a la. casa de la muchacha y entregan al muchacho, en lugar de recibir a la joven. Antes de que se consuma el matrimonio, el novio demuestra su buena fe y su sometimiento a sus suegros, barriendo el patio de la casa en la mañana y llevándoles en la noche una carga de leña recién cortada para el fogón. Las formalidades son menos complejas que en el tipo de matrimonio más convencional descrito anteriormente, pero las obligaciones familiares y la influencia de los testigos han sido concebidas en forma similar, con el objeto de que la unión sea duradera.

Lo cierto es que esta forma alterna es la que tiene más probabilidades de asegurar la estabilidad doméstica. La adaptación es ahora el problema del marido que ingresa en el círculo de la familia de su esposa y existen menos probabilidades de fricción entre un hombre y su suegro, que entre una muchacha y su suegra. Las dos mujeres tienen un contacto estrecho y continuo, y si la recién llegada por naturaleza no está acostumbrada a una completo sumisión, la tensión puede muy bien subir hasta el punto de hacerse explosiva. Empero, un muchacho que trabaje para su suegro tiene más libertad de movimiento, si no de decisión. Como hombre que es, tiene puntos de contacto con el mundo exterior que le llaman la atención. No se aventura a entrar en competencia con su
suegra en la dirección de los deberes rutinarios de su hija y tiene toda la justificación posible en sus esfuerzos por evitar dificultades con su suegro, ya que de ser así, corre el riesgo de perder los medios de ganarse la vida y pone en peligro su posible parte de la herencia.

Estos son entonces los dos tipos de matrimonios auspiciados por las familias en San Pedro. La forma menos frecuente, según la cual el muchacho va a residir a la casa de la muchacha, puede conducir a una mayor armonía, pero la forma contraria sigue siendo la más acostumbrada, ya que se ajusta a las prácticas tradicionales heredadas, por las que la tierra se traspasa de padres a hijos. Es mas, esta forma se adapta mejor al espíritu de una cultura en la que dominan los hombres y en la que la responsabilidad de la adaptación descansa en la mujer.

Sin embargo, en la actualidad la mayoría de los matrimonios no cae dentro de ninguna de estas formas tradicionales. La mayor parte de las muchachas prefiere fugarse, aun a costa de contrariar a sus padres. Ello siempre implica una conspiración contra los padres de la muchacha y, al menos, el consentimiento tácito de los padres del muchacho que deben recibirle en su casa.
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El último día de su cortejo en la plaza, los novios que piensan fugarse se ponen de acuerdo en
una hora y en la señal. Ella regresa a casa con su cántaro de agua y se ocupa de las tareas usuales para evitar las sospechas. A la hora de acostarse, encuentra un pretexto para abandonar la casa y lleva consigo un lío de ropa preparado de antemano secretamente.

Una vez fuera, da la señal, que por lo general consiste en tirar una piedra, para informar al muchacho que se trata de ella y no de otra mujer de la casa. El muchacho sabe que no hay medio más seguro de provocarse dificultades para sí mismo y para ella, sino la de revelar su presencia a cualquier otra persona. El pretendiente nervioso, al oír la señal, sale de su escondite y los dos se escabullen tan rápido como la oscuridad se los permite, caminando ella detrás de él y llevando ella el lío de ropa. Tratan de obtener la protección de la casa del muchacho antes de ser alcanzados por los padres de la muchacha. Con una buena ventaja, generalmente lo logran.

Los padres de la joven deducen lo que ha ocurrido tan pronto como descubren su ausencia, pero no siempre pueden saber hacia dónde deben salir en su persecución. Por rumores ulteriores que les han llegado de la playa, saben que su hija tiene numerosos pretendientes, y quienes son, pero no siempre pueden adivinar inmediatamente cuál de los competidores se llevó a su hija. De todos modos, corren de un lado a otro frenéticamente, despertando el interés de sus vecinos, quienes siempre están dispuestos a tomar parte el cualquier conmoción. Padres airados con frecuencia entablan juicio contra su hija y su "raptor”, tan pronto cómo descubren dónde se encuentran. La hija nunca es devuelta a sus padres, pero ellos obtienen una victoria moral menor al lograr que un tribunal imponga una multa a la pareja ofensora.
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