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Capítulos de Operaciones de un
Escuadrón de la Muerte en San Pedro la Laguna [ Introduction ] |
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El día que los cuerpos
torturados de Lancho y Pedro fueron hallados en Xequistel, la gente del
pueblo notifico lo ocurrido tanto a la prensa como al ejercito. El viernes
1 de marzo de 1985 apareció en Prensa Libre un detallado reportaje
ilustrado del doble asesinato, todo bajo titulares a seis columnas que
decían: “Conmoción por crímenes.” La historia narraba que, según la viuda,
Lencho había reconocido a uno de sus captores ya había dicho: “Buenas
noches, mi teniente.” También mencionaba al alguacil sospechoso, afirmando
que este había declarado ser uno de los cómplices y que otro de ellos era
un teniente. El nombre completo de ese teniente había sido dado al
ejército, según el reportaje, pero el periódico no lo dio a conocer. El 2 de marzo, Presa Libre, bajo el titular de seis columnas: “Ejercito abre investigación,” citaba a un coronel a cargo de las relaciones publicas de las fuerzas armadas en el sentido de que no había funcionario alguno del ejercito en San Pedro pero que, en vista de la gravedad de la información aparecida en la prensa, se había ordenado una investigación para establecer la verdad de la declaraciones. El coronel aseguraba a los lectores que el ejército no mantendría en sus filas a personas que cometieran actos ilegales y que cualquier oficial acusado de un crimen del cual hubiese pruebas, seria entregado al tribunal respectivo para que se le enjuiciara. |
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El 3 de marzo, en titular de
seis columnas que decía, “Retornó la calma a San Pedro La Laguna,”
Prensa Libre reportó que el coronel al mando del la Zona Militar 14 (Sololá)
había llegado por unas cuantos horas a San Pedro y hablado con
funcionarios municipales y con la viuda de Lencho, ya que había llegado
a la conclusión de que algunas personas no nombradas habían coaccionado
a la viuda para que afirmara que un teniente del ejercito se hallaba
involucrado en el secuestro de su esposo. Según el informe del periódico,
el mismo comandante había declarado que la viuda se había retractado de
su afirmación anterior y que las versiones sobre la participación del
ejército en el crimen quedaban totalmente desacreditadas. También afirmó
el comandante, según decía el reporte, que los sanpedranos le informaran
que ellos culpaban del secuestro y asesinato del comisionado y de su tío
a un grupo guerrillero conocido como Ixchil (Ixim) cuyos integrantes
habían sido antes comisionados militares. El comandante aseguró a los
sanpedranos – afirmaba el reporte – que el ejercito permanecería atento
para asegurarse de que las fuerzas de la “delincuencia subversiva” no
siguieran usando a los sanpedranos como instrumentos para echar culpas
sobre la institución armada, cuy única misión, dijo, era la de asegurar,
“la paz, la tranquilidad y la armonía.” Al día siguiente apareció otro articulo en Prensa Libra bajo el titular, “Ejercito afirma ningún teniente involucrado en crímenes en San Pedro.” La historia, basada en un comunicado emitido por el Departamento de Relaciones Publicas del ejercito, afirmaba que un grupo subversivo autollamado Ixim, había cometido los crímenes, que los responsables habían sido capturados y que ellos mismos habían inducido a la viuda de Lencho a hacer la falsa acusación. La reconstrucción que el ejército hacía de los hechos partía de la versión de los sanpedranos. La historia de la viuda de Lencho es la misma que ella ofreció a los reporteros. Ella alegó desde el principio y los sigue manteniendo, que su esposo reconoció al teniente y lo saludó por su nombre. No recuerda haber sido entrevistada jamás por el comandante de la Zona, como afirma el periódico. Según fuentes confiables, el teniente nombrado por Lencho fue discretamente transferido de Sololá a una prisión en ciudad de Guatemala, para ser enjuiciado por una corte militar bajo cargos de secuestro y asesinato. Estas mismas fuentes indicaron tener contundentes evidencias de que al teniente se la habían pagado 700 dólares por matar a Lencho y a su tío y que sabían quien había entregado el dinero. El pago había sido hecho supuestamente por uno de cinco sanpedranos que recientemente habían sido denunciados como confidenciales (agentes secretos) que trabajaban para la inteligencia del ejercito (G-2). Estos cinco estaban entre los 15 sospechosos que habían sido rodeados luego de que Pedro y Lencho habían sido asesinados. Los otros 10 eran virtualmente los mismos mencionados en el artículo periodístico del 12 de abril de 1983 en el sentido de que “todavía andan libremente por ahí como si no hubieran hecho nada.” Dos de los agentes secretos habían actuado también como comisionados militares durante la noche negra de dos años en San Pedro. Uno de ellos era el individuo que había sido visto manejando el pikop amarillo en el que se llevaron a Pedro desde el muelle de Panajachel. Era uno de los dos comisionados que se llevaron a un tercero a una fatal caminata por la playa en San Pedro en agosto de 1982. El otro agente secreto que actuaba como comisionado era Salvador, quien se convirtió en jefe activo cuando el comisionado Jacinto fue arrestado, pero cuyas intenciones de ser jefe fueron adversas fuertemente por la comunidad. Los otros tres individuos que se revelaron como agentes secretos eran el lanchero, el depuesto alcalde Jorge y el güizache Mario. Es interesante e irónico recordar que tres de los agentes secretos – Salvador, Jorge y Mario – habían tratado de silenciar a Fernando, el más escandaloso de los soplones, acusándolos de calumnia en la audiencia realizada por el comandante del puesto militar en Santiago Atitlán unos días antes de que Jacinto y Adolfo fueran arrestados el 28 de octubre de 1982. El sexto de ellos resultó ser uno de los primeros de los 15 sospechosos capturados luego de que se supo el secuestro de Lencho. Así, los seis acusadores de Fernando se encontraron de pronto en la cárcel y Fernando se vio libre para lanzarse a la alcaldía y ser electo el 3 de noviembre de 1985. El nombramiento de agentes secretos parecía ser parte de un abarcador cambio en la estrategia del ejército iniciada durante el gobierno de Lucas García para contrarrestar la amenaza de la insurgencia. Concentrado previamente en la capital y otras ciudades, el ejército extendió su estrategia al campo para establecer un centro de fuerza, un mando zonal en cada uno de los 22 departamentos de la republica. El mando zonal se infiltró en comunidades locales como San Pedro, para crear redes de espionaje. No es claro todavía como el trabajo de agentes secretos como Salvador, Jorge y Mario se coordinaba con el de los comisionados militares a fin de hacer listas negras y secuestros durante la época en la que Jacinto era comisionado militar jefe. Los dos grupos vinculados al ejército estaban compuestos principalmente por dos tipos de personas. El análisis de las características de los 18 ex comisionados que se listaron en el articulo periodístico de abril de 1982 – los ocho prisioneros que esperaban juicio y los otros 10 cuyos arrestos se intentaba realizar – revela que todos tendían a ser mas bien individuos pobres, sin poder y sin distinción. La mayoría eran trabajadores, pescadores o pequeños comerciantes. Todos eran casados y con hijos; la mayoría estaba en la treintena. Lo que buscaban principalmente era la gratificación instantánea. Al ser preguntado un informante por que los ex comisionados habían abusado de sus cargos, respondió haciendo tres gestos digitales que significaban dinero, licor y sexo. Algunos mostraron señales de corruptibilidad antes de que se involucraran en la extorsión y la violencia. Por ejemplo, se dice de un comisionado que altero los libros cuando había sido empleado municipal, pagando a los trabajadores menos de los que registraba y guardándose la diferencia. En los días en que Jacinto era simplemente un agente reclutador, aceptaba sobornos de diez dolores por no reclutar a ciertos sanpedranos jóvenes. |
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En contraste con los ex-comisionados,
los agentes secretos eran hombres más viejos...de 50 y 60 anos...prominentes
en la comunidad, ambiciosos y con un buen nivel de vida. Tres de ellos
eran propietarios de tierras productoras de café. Dos poseían
propiedades comerciales: camiones para transportar bienes a largas
distancias o lanchas para llevar pasajeros y carga entre San Pedro y
el mercado de Santiago Atitlán. Dos de los agentes secretos, con
historiales de prolongados servicios en las fuerzas armadas, tenían
amigos y conexiones con los militares; uno o dos tenían contactos
políticos en altas esferas. El lanchero sacó ventaja de su condición de agente secreto para hacer jugosos negocios en su beneficio. Acuso a un hombre en Tz'ununá – que esta del otro lado del lago – de transportar guerrilleros en una lancha de su propiedad. Le mostró su carnet del ejército para asustarlo y luego lo obligó a vender su lancha por un precio muy bajo, dándole solo un adelanto y diciendo que le pagaría el resto después. El hombre de Tz'ununá perdió más de mil dólares en el trato. Se volvió un desesperanzado y un deprimido y murió de tanto beber. De similar manera, el inescrupuloso lanchero supuestamente adquirió otra lancha a bajo precio del administrador de una finca de café cerca de San Pedro. Pero lo que los agentes secretos querían sobre todo, contrariamente a los ex comisionados, era poder político. Buscaban apoderarse de dos puestos claves: la alcaldía y la jefatura de los comisionados militares. Durante un tiempo tuvieron éxito. Jorge fue impuesto como alcalde y ejerció el cargo por más de un ano antes de que el pueblo persuadiera al comandante de Sololá de que lo quitara. Salvador, quien había fungido como comisionado militar abiertamente y como oficial de inteligencia encubiertamente, tenia fama de ser el verdadero jefe de los comisionados, aun mientras Jacinto – hombre menos poderoso – estaba oficialmente en ese cargo. Cuando arrestaron a Jacinto, Salvador hizo un esfuerzo infructuoso por ser nombrado comisionado jefe. De los cinco agentes secretos, Mario, el güizache de pésima reputación, era indudablemente el más notable. De acuerdo a nuestras fuentes, fue él quien le dijo a Marta que un pago de 400 dólares podía rescatar a Adolfo cuando este estaba arrestado, y quien mas tarde aconsejo a los ocho ex comisionados en prisión acogerse a la amnistía diciendo que eran guerrilleros arrepentidos del Ixim. Supuestamente, él es la persona que entrego los 700 dólares al teniente Rolando en pago por el secuestro de Lencho, y era uno de los cuatro hombres (todos ellos agentes secretos) de quien la viuda de Lencho dijo haberlos visto desapareciendo por un callejón mientras hombres enmascarados se llevaban a su marido. Puede parecer extraño que el ejército castigara a sus miembros operativos por hechos presumiblemente cometidos en colaboración con unidades de la misma institución, pero hay que recordar que el ejército es una organización compleja, conformada por suborganizaciones separadas y sujetas a cambios de dirección. Una unidad puede castigar a personas por acciones ordenadas por una unidad diferente, posiblemente clandestina. La política de un comandante de puesto puede ser contradicha por el comandante que los sucede. Pero no es corriente que los ocho sanpedranos sentenciados por una corte militar fueran convictos por crímenes cometidos junto a personal del ejército. No había necesidad de eso. Las victimas habían suministrado suficiente información para condenar a los conspiradores por delitos cometidos independientemente, tales como violación, extorsión y asesinato. Además, el ejército arrancó confesiones a los arrestados por medio de métodos muy propios. Un informante nos contó lo que el había aprendido sobre este asunto de parte de los ex comisionados a quienes el visitaba en prisión. Durante los 10 días que estuvieron detenidos en Santiago Atitlán luego de su captura el 2 de octubre de 1982, fueron golpeados con garrotes. También fueron colocados en una fosa con agua. Los presos contaban que creyeron que este tratamiento los mataría. No sabemos si alguno de los sanpedranos secuestrados fue llevado al mismo lugar o si fue sometido a tratamientos similares, pero si sabemos que el procedimiento de la fosa se aplicaba a supuestos subversivos en 1983. En el otoño de ese ano, una entrevista con un soldado estacionado fuera de las barracas del ejercito en Santiago Atitlán fue grabada y luego publicada su transcripción en la revista America’s Watch Report de enero de 1984, bajo el titulo de "Guatemala: A Nation of Prisoners" (“Guatemala: un país de prisioneros.”) Al soldado se le pregunto por cuanto tiempo permanecía generalmente una personal capturada en el campamento. El contesto: “Aquí como dos meses, y si no quieren hablar los ponen en el hoyo con agua.” “Y ¿como se sienten en el hoyo?” “Bueno, claro que se van a sentir horrible. Cuando los ponen ahí ya no aguantan y se mueren.” “Cuantos hay ahora ahí?” “Hay dos ahí. Ya llevan ahí dos días; los sacamos para que nos digan que es lo que hacen, y si no dicen nada los metemos otra vez.” |
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